¡Que te den dos discos duros!

Hace realmente poco me han dicho esta expresión tan... tan... genuina: Que te den dos duros.
Tiene una sonoridad formidable. Es tan rimbombante... ¡me encanta!

Soy hombre de buscar casi siempre cosas en diccionarios. De hecho, tengo siempre la página de la RAE abierta, para cualquier duda y/o cotilleo gramatical.
Aunque sepa qué significado tiene una palabra, ¡la busco!
Me encanta la etimología, y ese es un motivo por el que busco palabras en diccionarios. Pero también hay otro, siempre encuentras acepciones que no conocías. Es muy muy instructivo.

Volviendo al tema quetedendosduros.
Como he dicho, me han iluminado hoy con esta expresión, y como buen cotilla (¿a que no sabíais que una cotilla también es una pieza de ropa interior? Yo sí, y mientras escribía este texto lo he buscado, y he visto que está en la primera acepción) he querido saber más de ella.

¡Google, yo te invoco!

Eso sonó en mi habitación, e inmediatamente abrí Google en Safari (navegador por defecto de Mac) y puse, raudo: que te den dos duros.
Los 3 primeros resultados fueron más o menos... relacionados con mi búsqueda.
Pero el resto... el resto, NO.

Cómo instalar discos duros - ¿para qué sirve RAID?

Vendo dos discos duros para notebook, los dos sata

Formatear con dos discos duros


Sí, esos son los resultados de la búsqueda. Que si discos duros, que si formateo, instalación...
Ninguna expresión típica castellana, nada. Lo que más se asemeja, quizá sea...

Zapatero reconoce que llegarán momentos "duros y complicados"...


Qué decepción. A veces GÚGUEL NO ES TU HAMIJO.
¿Saben qué les digo, señores de Google?

QUE OS DEN DOS DISCOS DUROS.

Ojos verdes (nombre provisional)

- Señor, no puede facturar más de 34 kilogramos de peso. Son las normas de la compañía.

- Vamos a ver, señora… Williams – Dije mirando la tarjeta de identificación que colgaba de la chaqueta azul marino de la rechoncha mujer del departamento de facturación.

- Llevo una maleta que pesa 35 kilos, ¡35! ¡Un número que se acerca peligrosamente a 34! No creo que por 1 kilo más el avión vaya a estrellarse, o algo así.

- Pero la agencia no lo permite.

- Y si yo fuera la agencia no permitiría que alguien tan incompetente como usted trabajase de cara al público. Ni tampoco subirse a un avión, ¡oiga!

No estoy en contra de la gente con sobrepeso, ni mucho menos. Pero estaba en el aeropuerto de Nueva York intentando facturar mi equipaje de 35 kilos mientras el avión que tenía que tomar en menos de 3 minutos estaba a punto de salir.

En un arrebato de desesperación, me puse la mano en la cabeza, resoplando y mirando a mi alrededor buscando la salvación de aquella pesada señora con traje.

Y entonces la vi.

Era una chica preciosa. Tenía unas largas piernas que iban des del suelo hasta una cadera lo justo de ancha para una falda sencilla de color verde que hacía juego con sus ojos. Sus ojos, ¡ay, sus ojos! Fueron mi perdición.

Unos ojos profundamente verdes. Verde oliva, para ser más precisos. Y preciso fue el golpe que me causó esa chica de ojos verde oliva.

- ¿Querría usted dejar de babear y escucharme?

Era la “amable” señora Williams, que rompía la sensual magia que me rodeaba entonces. Le hubiera retorcido el pescuezo hasta que sacase el cuervo que llevaba por corazón.

Se ganó que la ignorase por un tiempo más.

La chica de pelo castaño ligeramente ondulado y de curvas sinuosas parecía algo perdida. Miraba alrededor como si buscase algo. Y en su búsqueda visual topó conmigo, que aún la miraba con cara de bobo.

En ese momento de miradas cruzadas, que duró poco más de una centésima de segundo, el cerebro dejó de dar órdenes al cuerpo. Sólo lo justo para rezar para que no me hubiera visto, porque apuesto a que tenía la cara derretida encima de mi pecho y mi pecho derretido en el suelo. O lo que es lo mismo, estaba enbobado mirándola. Y no creo que diera buena imagen.

En el tiempo que estuve en mi mundo multicolor de felicidad y amor, la dependienta de facturación, la simpática señora Williams, ya se había cruzado de brazos mirándome con cara de Rotweiler al que le han pisado la cola.

- Le doy 100 dólares si deja de molestarme con los malditos 34 kilos y me deja facturar tranquilo…

La cara de la señora Williams se iluminó dejando paso a una expresión de suma simpatía y afabilidad. Por suerte la comida no era lo único que le gustaba a la mujer.

En el tiempo de discusión y de pérdida de saliva por mi parte, ya se había formado una cola espectacular detrás de mí, y toda ella me clavaba sus miradas como lanzas envenenadas lanzadas por chimpancés esquizofrénicos.

Me deshice de mi equipaje y salí de la cola, que aún seguía mirándome bastante mal.

Busqué a la chica de ojos verde oliva, pero se había volatilizado.

Maldije a bastantes cosas maldecibles, entre ellas mis huesos y la señora Williams, tan amable con un fajo de billetes sobre el mostrador.

Me dirigí algo abatido hasta mi puerta de embarque, no sin aligerar el paso.

Fui chocando contra mucha gente antes de llegar a mi destino, y mi maleta de mano me seguía de cerca, chocando contra más gente aún.

Llené el cupón de malas miradas al entrar en el pequeño avión.

Algún gracioso gritó “¡Aleluya!”, y prosiguieron murmuros varios de todo el aeroplano.

Tocaba buscar asiento. De premio por llegar el último y retrasar unos minutos el avión, el peor asiento que podía existir en el aeropuerto. Gracias, mundo.

Me abroché el cinturón y lo puse a mi medida. ¡Qué bien¡ La hebilla estaba medio rota y se desajustaba al minuto.

- Da igual, si tenemos un accidente aéreo vamos a morir todos, tengamos o no puestos los cinturones. Estos cacharros son maléficos.

El avión constaba de cuatro filas de asientos, con el pasillo en medio. Me tocó una silla de la fila de la derecha, tocando al pasillo, a la altura del ala del avión.

Sin dejar de estudiar la hebilla me dirigí a quien quiera que me hablase:

- ¡Qué optimismo, qué alegría, qué tesón! Si tenemos un accidente ya sé a quién guiñarle el ojo primero.

Levanté la vista hacia mi izquierda, al otro lado del pasillo, para conocer la procedencia de la voz que me animaba delante de un poco probable accidente.

Era una viejecilla con cara experimentada y marcada por arrugas que parecían cuevas paleolíticas. Daba la sensación de que si se le estiraba la piel aparecería algún que otro bicho de entre las deformidades cutáneas.

Aún y así, tenía un aura de apacibilidad, como la mayoría de viejecillas que dicen este tipo de cosas. Una imborrable sonrisa y sus consecuentes arrugas de expresión ayudaban a dar esta impresión de ternura.

Le sonreí amablemente y ella se echó a reír.

- ¿A dónde se dirige, joven?

- Si no me he equivocado de avión… voy a Helsinki, al encuentro de un viejo amigo. ¿Qué se le ha perdido a una dama como usted en la capital finlandesa?

- Nada, chico, nada. Era el primer avión que salía cuando vine al aeropuerto. Voy a la aventura, a viajar, a conocer mundo.

Me fijé en el ropaje de la viejecilla. Tenía una pinta de excursionista indisimulable.

- ¡Qué intrépida, usted! Y parece que no le preocupan mucho los accidentes de avión.

- Mira, chico, en estos cacharros tienes muy pocas posibilidades de tener un accidente. Lo cual me tranquiliza. Pero si tienes uno, tienes, también, muy pocas posibilidades de salir indemne. Lo cual me es bastante igual, todos moriremos algún día.

De mayor quiero ser como esa mujer.

- Vaya, vaya, bonita filosofía de vida.

- ¡Claro, hijo! Deberías probarlo, viajar sin rumbo fijo es realmente apasionante.

- Espero hacerlo, señora, espero hacerlo.

En el rato que llevábamos charlando con la mujer, el avión ya estaba en el aire. Al ser pequeño, el despegue no se hizo notar excesivamente.

- El vuelo con destino Helsinki ya está en el aire. Pueden desabrocharse el cinturón, y recuerden, está prohibido fumar dentro del avión.

Era la azafata, que recitaba su poesía una vez más. Me puse los auriculares que había en el reposabrazos y me dormí al poco. La verdad es que me interesan bastante poco las salidas de emergencia que estaba señalando la asistente de vuelo. Como dijo la señora que tenía al lado, vamos a morir todos igualmente.

TO BE CONTINUED...?

Primera parte de la obra en partes de nombre desconocido, de escritura espontánea, de escasa coheréncia y con alto contenido de absurdismo

El gato maullaba, y los zapatos volaban a su alrededor, intentando callar su espantoso y disonante maullido. Un perro ladraba, intentando callar el maullido del gato, y a su vez, los zapatos se dirigían también hacia el canino, intentando callar el desquiciante ladrido del perro que intentaba callar el disonante maullido del gato.
Henry dormía. Sí, dormía. A pesar de los zapatos, del gato espantoso y el perro desquiciante, Henry dormía.
Y nada le hubiera podido despertar de su sueño. Quizá un Gorgotron Hiperpánglico de la decimoctava luna de Ultima Berlex sí pudiera hacerlo. Porque los Gorgotrones de ESA luna de Ultima Berlex podían despertar a los muertos con su aullido gánglico atronador.
Sí, Henry estaba muerto. Muerto de verdad.
Sin vida, como suele decirse.
Y el gato disonante, el perro desquiciado y los zapatos voladores no sabían que Henry estaba muerto.
Mientras Henry estaba llevando a práctica su mortitud, una oscura sombra en el otro lado del universo, sonriendo, estaba admirado de su técnica. Era, posiblemente una de las pocas personas que sabían de su muerte.
Y aunque creía que el evidente talento de Henry para la mortitud debía ser admirada un rato más, hizo lo que creyó más necesario en ese mismo instante. Buscar en el Diccionario Interlenguágico de Casinónimos Acordantes, o DICA, la palabra mortitud. Y, ya que le surgió la duda, buscar también qué es un Casinónimo.

mortitud.
(Del kórnico con ligero acento afrancesado mortitaud.)
1. Arte interpretado por las personas muertas.
2. Pequeño cilindro de papel de lija usado para afinar las cuerdas del Agujerófono.
Casinónimos de mortitud: morticionidad, muertidumbre, mortición, mortalición, gkgastjmforskl (rwálico interior)


casinónimo
Si no sabes lo que es un casinónimo, ¿para qué quieres el DICA?


Ese texto le dejó perplejo unos segundos.
Después de esos dos segundos de profunda meditación, llegó a la conclusión de que la oferta "Pague dos y llévese uno" del Mercado Interestelar de diccionarios poco útiles pero muy muy gruesos no era tan gangosa. Más tarde decidió que después de hacer lo que creía más necesario después de buscar esas dos palabras en el DICA, buscaría gangosa en él.

Un Gorgotron Hiperpánglico de la decimoctava luna de Ultima Berlex de 3 centímetros de alto (un especímen realmente precioso y grande, comparado con los 1,3197453345 centímetros de media de la espécie) apareció en la habitación de Henry conducido por un Portamonedas Espacial. Originado, a su vez, por una anomalía en la red intercomarcal arrejuntada de anomaliadores.
Lo cual quiere decir que un anomaliador creó ese Portamonedas Espacial, que guió un Gorgotron de Ultima Berlex a casa de Henry.

La figura oscura de la otra punta del universo sonrió.
Estaba satisfecho con la bonita forma de su anomalía.



Si llegamos a un determinado número de gente perpleja por el texto, quizá publique otra parte.
Una parte de nombre desconocido, de escritura espontánea, de escasa coheréncia y con un alto contenido de absurdismo.
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